Desembarco

De todos los que duró la travesía, el día 2 de diciembre representó quizás la prueba su­prema al límite humano del tesón, a la resistencia extrema de que es capaz el cuerpo cuando lo vigoriza un ideal.

De todos los que duró la travesía, el día 2 de diciembre representó quizás la prueba su­prema al límite humano del tesón, a la resistencia extrema de que es capaz el cuerpo cuando lo vigoriza un ideal.

EL MANGLE TERRIBLE

De todos los que duró la travesía, el día 2 de diciembre representó quizás la prueba su­prema al límite humano del tesón, a la resistencia extrema de que es capaz el cuerpo cuando lo vigoriza un ideal.

El barco encalló, y con el primer salto al agua comenzó un nuevo capítulo, recio, plagado de obstáculos inconmensurables. El bo­te auxiliar, destinado al acarreo logístico no soportó tanto peso y zozobró, dividiendo la carga sobre los hombros extenuados, compartidos entre armas y mochilas.

Ya era en sí misma demasiado grande la ironía de haber quedado apenas a dos kilómetros al sur de una playa ideal para el desembarco; pero la costa oriental tiene esos giros, y la pequeña playa tenía al costado una franja intransitable de mangle y ciénaga que como ningún paraje, puso a aquellos hombres el reto mayúsculo de atravesarla con todo el cansancio a cuestas.

Agota el cuerpo y tortura la mente el solo acto de releer tanto testimonio escrito sobre aquel kilómetro y medio de selva marina y fango traicionero. Empapados hasta el cuello, les tocó hacerse el sendero entre la maraña dura de raíces, follajes y troncos rojizos del mangle.

No había tierra bajo las botas, que se hundían sin contén en el fondo pestilente. Cada paso mereció una crónica trágica, de indescriptible esfuerzo, pues levantar una pierna suponía un desgaste tremebundo y jadeante, contrapuesto a la delicadeza posible con que se maniobraba para apoyarla de nuevo, como si aquel ejercicio mental les aligerara el peso y los hiciera avanzar con alguna firmeza.

Sacar el cuerpo del mar implicaba andar de rama en rama, apoyando sin seguridad la bota herida en la raíz inclinada y resbalosa. A ratos se oía el desplome de alguno sobre el agua, plagada de púas de troncos secos, invisibles, que rasgaban la goma, el cuero, la tela y la piel.

Había rojo en el agua, del mangle destilado, pero ya había rojo de sangre también. Cada metro era un kilómetro para tanta fatiga de 7 días, para tanta hambre y sed. Un palmo de tierra firme era entonces el sueño más caro de cada combatiente, y aun cuando de pronto la floresta cesó a la vista, un engañoso paisaje confirmó que cualquier circunstancia puede ser todavía peor: una ciénaga desnuda se abrió ante ellos, en forma de laguna, que levantó las sospechas de posibles tembladeras peligrosas, sin ofrecer siquiera el asidero de las ramas del mangle.

Luego, otra franja tupida de raíces y troncos reeditó la experiencia de andar encaramados, hasta que alguien avistó sobre el follaje el final del valladar vegetal, y oxigenó, con el anuncio, los ánimos y las fuerzas.

Con el paso seguro, dolían menos las cortadas en los brazos y los rostros, provocados ahora por la hierba, los troncos y las hojas del patabán, la yana, los bejucos y helechos de un último tramo que precedía la verdadera tierra firme.

Aún no había la certeza de la zona que pisaban, hasta avistar el primer bohío con su morador, campesino que confirmó el lugar y fue una primera brújula en la esperanza de alcanzar las montañas, todavía lejanas.

La expedición del Granma había llegado a Cuba, ya pisaba la tierra que reclamaba el concurso de sus hijos para salvarla por fin de la ignominia. Al menos habían llegado, y aunque las bombas y la metralla de la tiranía, enterada del arribo revolucionario, les pisaban los pasos, el desembarco había sucedido.

La barrera de mangle fue un augurio muy claro de lo que vendría entonces, de los peligros siguientes a precio de muchas vidas valiosas; pero ya cerraba el segundo día de diciembre y se abría una página nueva, la primera del currículo militar de un ejército que nació esa fecha, y comenzó a crecer con los hombres justos que encontró a su paso, se elevó hasta la altura de la Sierra que conquistó, y desde la cual prodigó, para la Isla entera, toda esta libertad que la salvó de la muerte lenta que la consumía.

El paso difícil hacia tierra firme

Material La patria es…El Yate Granma.

Play

Testimonio de Fidel, Raúl y Almeida sobre el desembarco del Yate Granma.

Play

Testimonio de Fidel sobre la promesa de ser libres o mártires y el hecho del desembarco del Yate Granma.

Play
Compartir:
Ir al Inicio

Relacionados

Ver todos »
Preparativos en México

Preparativos en México

Al partir de la Habana hacia México, el 7 de julio de 1955, el joven líder revolucionario Fidel Castro expresó “Ya estoy haciendo la maleta para marcharme de Cuba, aunque hasta el dinero del pasaporte he tenido que pedirlo prestado, porque no se va ningún millonario, sino un cubano que todo lo ha dado y lo dará por Cuba. Las puertas adecuadas a la lucha civil me las han cerrado todas. Como martiano, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. La paciencia cubana tiene límites (…) De viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies.”

Historia posterior del yate Granma

Historia posterior del yate Granma

Muchos investigadores coinciden en plantear que su paradero está invisible en los textos históricos cubanos, en el periodo de 1956 a 1959. 7 días después del desembarco por Los Cayuelos, el 9 de diciembre de 1956, la revista Bohemia publicó “El yate Granma en que llegó parte de los revolucionarios fue conducido a remolque a Manzanillo. El segundo comandante del guardacostas 106 Las Villas de la Marina de Guerra Riggs Guerra se vanaglorió de haber ametrallado la embarcación y de llevar puestas, como trofeo de guerra, unas botas recogidas en el yate”.

Travesía

Travesía

El 25 de noviembre de 1956, desde el embarcadero del río Tuxpan, en el estado de Veracruz, México, el yate Granma inició su travesía hasta Los Cayuelos, a unos 2 kilómetros de la playa Las Coloradas, en la zona oriental de Cuba (actual municipio de Niquero, provincia Granma), donde encalló, el 2 de diciembre de 1956.

Ir arriba